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FILOSOFIA DE LA DESPOSESIÓN

No soy propiamente un filósofo, sino apenas un escritor que intenta pensar desde la poesía; dependo más de la intuición que del intelecto, de los sentidos que de la mente y de los sentimientos que de las ideas, aun cuando no puedo llegar al extremo de decir que no estoy pensándolo bien en el momento de anotar aquí estas palabras. Quisiera compartir un fragmento de mi modesta filosofía de la desposesión. Soy de los que piensan que los seres humanos deseamos apropiarnos de demasiadas cosas, incluyendo bienes, personas, afectos, simpatías, sentimientos para usarlos luego como objetos, exhibiéndolos más que compartiéndolos. Apenas nos adeudan una suma, cambiamos de actitud, nos volvemos volubles, irascibles. Estamos sembrados en una cultura de la posesión, de la vanidad o el orgullo; somos vulnerables a la sinceridad y al conócete a ti mismo. Podemos llevar nuestra individualidad a tal extremo que la convertimos en individualismo, haciendo culto de nosotros mismos pues a ello nos ha acostumbrado el entorno. Perdonen que hable en plural, no tengo derecho a eso. Va un fragmento de mi modesta Filosofía de la desposesión:

Si los seres humanos no hemos logrado contestar aún las dos preguntas esenciales que dominan nuestra existencia, esto es: si no sabemos de dónde venimos ni hacia dónde vamos, lo mas seguro es que al morir vayamos hacia el lugar de donde venimos, es decir, al vientre materno donde fuimos engendrados por intermedio de una reacción biológica entre una célula masculina y otra femenina. Pero la consecución de ese lugar no se puede lograr de manera física, tangible. ¿De dónde provienen tales células? Probablemente de un gran útero universal donde esta vez no fuimos concebidos --todos y cada uno de nosotros-- por una célula biológica, sino por una gran célula cósmica que tiene asegurado un lugar en la infinidad del espacio. Aunque no tenemos permitido conocer ese lugar, de ahí provenimos, y sólo es posible concebir ese acto gigantesco mediante la idea de un ser, de un ente poderoso al que hemos dado el nombre genérico de Dios, dotado una energía superior que no tiene por qué poseer cualidades pre-establecidas: puede tomar la forma de cualquier cosa, siempre y cuando tengamos la suficiente imaginación y sensibilidad para ello. No se trata, en este caso, de conocer algo atrapándolo con la razón o de posesionarse de él a través de una o varias ideas, o de realizaciones físicas corporales, sino de imaginarlo arrojando una sonda de imágenes sobre Él y abandonándonos a ellas no para poseerlas ni para comprenderlas de antemano, sino para ir nadando en ellas e integrarnos a ellas sin ahogarnos. Nuestro cerebro está diseñado para tal ejercicio pero sólo de manera imperfecta, parcial, pues éste posee una zona oscura, indeterminada o velada, que se interpone para que no divisemos ese Todo que siempre nos estará vedado.

Nuestra lucha como habitantes de este planeta consiste en aceptar humildemente nuestro lugar para conjugarnos a las fuerzas de ese universo. Se trata de ideas humanas para acceder a imágenes sobrenaturales. El sólo hecho de confirmar la rotación de la tierra sobre si misma, y a su vez a ésta dando vueltas alrededor del sol y al sol a su vez girando dentro de otro sistema de estrellas y galaxias, comporta una idea completamente fantástica que sobrepasa toda explicación racional, pues a lo sumo lo que hemos realizado en la humanidad mediante la ciencia es, hasta ahora, una observación analítica de ciertos procedimientos que se mantienen o repiten a los cuales hemos dado el nombre de leyes, pero hasta ahora nadie ha dado una explicación definitiva ni del por qué ni de la causa de estos procesos, ni de su origen. El arte, la filosofía, la ciencia y la poesía han reflejado sólo parte de este asombro, pero no han dado respuestas conclusivas a ninguna pregunta, básicamente porque tales respuestas no existen, pues no hemos sido capaces de despojarnos interiormente de prejuicios, leyes, preconceptos, normas o estatutos basados en la posesión que lucen obsoletos para casi todo el conjunto de la humanidad, pues hemos acumulado tantas riquezas ficticias a lo largo de tantos siglos de guerras y de actos absurdos y destructivos para el planeta, ofendiendo así al propio universo que nos ha engendrado.

Nadie puede vivir por siempre, es algo absurdo e insoportable aspirar a una eternidad personal biológica. La muerte no debería ser vista como una fatalidad ni como una salvación, sino como una liberación, una vuelta a ese origen de donde venimos: se trata del Eterno Retorno, de ese regreso que se produce constantemente en nuestras existencias desde los actos mas nimios hasta los mas significativos: volvemos una y otra vez sobre nuestros pasos en la juventud, la adolescencia y niñez; cuando miramos una fotografía, un álbum o una postal en un libro, un objeto querido, o una melodía: nos quedamos absortos, mirando lejos, atesoramos nuestros recuerdos y los de los demás, pensamos en amigos, amores o familiares, y a través de los sueños accedemos a esa memoria ancestral que se reclasifica sin cesar en las cavernas del cerebro, en cuyo seno se origina la psique y en cuyo interior radica la memoria de la especie que recorre los laberintos y secretos de lo humano, en correspondencia con los demás órganos del cuerpo: son sentidos, sentimientos e ideas de donde surgen los comportamientos individuales de cada uno de nosotros. Justamente, en esa memoria perduran nuestras obras y realizamos nuestros legados. Legados que nos permitirían a nosotros y a quienes nos sucederán en el tiempo- realizar, a su vez, algunas de estas ideas y obras de imaginación concreta o subjetiva que deberían ser nobles o útiles para llevar adelante un mundo mejor, más justo, más libre y más humano.

Gabriel Jiménez Emán

« VITOLA » n°26, 2019

40X30cm, Acrílico, materia de relieve y resina

Tableau de NellyR

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