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Carta a la Prof. Dra. Jaqueline Clarac de Briceño

Querida prof, desde tu casa AGLA, desde el rincón más pequeño, desde los 2000 m. que nos circundan, desde el cedro que descanso antes de usted, desde los guayacanes o araguaneyes, vestidos de amarillo y con un dejo de tristeza, sueltan sus flores amarillas, desde las frutas rojas intensas del café, que se sirvió para tus vecinos que vinieron a despedirte.

Desde las flores que adornaron tu altar, desde las visitas que cada tarde noche nos dispensan las guacharacas, pájaros de todo tipo, ardillas y loros, pasando por el dulce del greifú o toronja, desde las olas que impulso aquel barco cuando saliste de tu Martinica, hacia Puerto Cabello, Valencia, Venezuela.

Fueron otros tiempos, pero los mismos sueños, de hacer cosas hermosas de las cuales, yo como Venezolano, te doy las gracias. Gracias por todo lo que hiciste por mi país, por mis ancestros, por mi mente.


Tu legado editorial aquí en AGLA, nos compromete a seguirlo divulgando y cuidando.

Yo no te conocí, pero como me hubiese gustado compartir, tal cual lo hizo Ramón tatuco Rincón y su Vaca (Chita) aquel día que llegaste en tu volkswagen color naranja con tus dos hijos, Cristina y Ricardo.

Tus anécdotas contadas en tus libros, Jaqueline si Kennedy no, mi nuera se va a graduar de antropófago, comentaba tu suegra, o por ejemplo aquel campesino de la Pedregosa que te dijo, yo quiero trabajar en la ULA, para no hacer nada.

Desde los vientos fríos que descienden de nuestro pico Bolívar y sacan la tristeza aletargada a los árboles de AGLA. Desde el sonido del piano que tocó Luis Sierra magistralmente entonando un tema que escribió Ricardo tu hijo, Sonata Mediabal.

Desde los indígenas de Lagunillas que te enviaron en un chico barco, lleno de flores y miel, desde Mamá Simona o Laguna de Urao pasando por llano seco.

Oír, ver y grabar los mensajes de agradecimiento de tanta gente, me ha llevado a comprarme y alimentan mi musa para enviarte esta carta.


Descansa en paz querida profesora.


No muere el que quiere, muere el que Dios llama a su lado.

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