JMBG Y LA POETA ALCIRA SOUST SCAFFO
Esta vez presentamos un escrito de Guillermo Hagg, gran amigo de JMBG en México desde 1968.
Oh, qué gran oportunidad. Aparte de pensar en ustedes, en su país, donde estuve, poco tiempo, pero vi a Ricardo muy pequeño y a toda la familia, más amigos como Sinecio Márquez Sosa y la mujer que me citó en catedral para darme una foto de "su maestro" Rafael Dalmau, hace unos días —el 26 de febrero— me pusieron a hablar en la feria 41 del libro en México, en el Palacio de Minería, y ahí dije algo que aquí repito o simplemente pongo. El acto en la Feria Internacional del Libro fue porque una revista en la que hago trabajo editorial llegó a su número 50. En uno de esos cincuenta números escribí, en el editorial, una monumental frase de Triandáfila. La dije en la feria. Primero repetí la inicial de la Ilíada: "Canta, oh diosa, la cólera del pelida Aquileo". Después narré que cierto día, por encima de periódicos y papeles vi una hoja con una frase impresa, como si hubiera volado de no sé dónde. Pude leer, de pie y sin acercarme mucho porque el tamaño de las letras era grande. Sin querer, comparé. Recordé en toda su humildad humanísima al maestro, siempre tan dispuesto a apreciar a los poetas, sin más intención que reconocerlos, escucharlos, ver como hacia arriba la cumbre desde la que recitaban. Al respecto, una tarde me dijo: "Hoy debemos ir a escuchar a Carlos Pellicer, que va a leer sus poemas en la Universidad Iberoamericana.” Ahí estuvimos, ahí lo escuchamos. Al terminar el recital del afamado poeta de Tabasco, los organizadores, por coincidencia amigos míos, nos invitaban a ir a la casa de uno de ellos, adonde iría el poeta. Briceño Guerrero no dijo nada al principio. Pero mientras los demás iban por Pellicer, en una especie de aparte teatral me dijo que no quería ir, que no tenía nada de qué hablar con nadie, pues su deseo de escuchar de viva voz al poeta era su único motivo de haber ido. En cambio, otro día, en un camión (autobús) en el que íbamos de Ciudad Universitaria al Parque México iba también Alcira Soust Scaffo, una poeta uruguaya de modesta fama, más bien conocida sólo entre estudiantes. Como siempre hacía ella, nos dio poemas mecanografiados, de su autoría. El maestro los recibió y acto seguido se inclinó hacia ella, y, a pesar de que Alcira no toleraba ningún contacto físico (no sé si porque era chimuela y siempre se tapaba la boca con tres dedos), pero no retrocedió. Al contrario. En este momento revivo la escena y quiero que ustedes la vean: "¿Usted escribe poesía?" --preguntó Briceño, con vivísimo interés--. Ella, entusiasmada, como presintiendo que quien le preguntaba era un hombre sabio, asintió. "Oh, qué pasión más intensa debe usted de vivir. Cuéntenos. O lea en voz alta, por favor." Nunca vi más feliz y realizada a Alcira, más convencida de que lo que escribía valía la pena. Claro. Así era la voz, la actitud de otro artista. De artista a artista. La frase que leí después de la de Homero es de él, en Triandáfila: “Me enorgullezco de haber participado en batallas que ningún poeta cantará jamás”. A veces pienso que la escribió como homenaje a su segundo apellido, a su familia materna. Soy Guillermo, Gallermes, Hagg, que un día estuvo allá y revive pasajes con cierta frecuencia. Abrazo a la Asociación, a la familia y a los amigos.
Nota : JMBG lo llamaba “Gallermes”. Quizás Guillermo nos cuente él mismo la razón en otra oportunidad.