EL ARTE 5
Como todos los domingos ponemos en la página una cita del maestro J. M. Briceño Guerrero en relación con el arte:
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Antier vi una presentación del Edipo Rey de Sófocles. Me volvió a conmover profundamente. He leído esa pieza varias veces en griego antiguo; la he estudiado con mis alumnos de clásicas, la leí con mi hijo Ricardo cuando él aprendía, todavía niño, la lengua de Sófocles. Esa familiaridad con Edipo Rey no me ha producido desprecio a pesar de Shakespeare (“la familiaridad engendra desprecio” / _familiarity breeds contempt_ ). Me confronta con un misterio y una maravilla crecientes en densidad y obscuridad, más allá de lo que puedo ver con claridad intelectual, más allá incluso del mito y del tema de la obra. Detrás y debajo de ella hay un abismo.
Esta vez la pieza fue presentada por un grupo de actores europeos, africanos y asiáticos. Recordé un grupo de teatro de Maracaibo. Ellos compraron una casa con un premio de lotería que ganaron habiendo adquirido el billete colectivamente y en petición a la Chinita. Acondicionaron la casa para teatro y presentaban obras clásicas adaptadas a las costumbres, las creencias y el hablar de los maracuchos. Cuando presentaron el Edipo Rey viajé para verlos. La entrada costaba menos que la de un cine. En el público había gente sencilla, de poca instrucción, que sin duda no conocía el mito. Yo veía sus caras de asombro ante el “suspenso” para ellos de la investigación. Yo veía también mi propio asombro, no menor que el de ellos. Cada vez es como la primera vez para mí.
Tiresias era un brujo guajiro. El heraldo era la radio, con esos alegres locutores que tocan una campanita para dar las noticias. El coro, unos bailarines y declamadores de movimientos y voces organizados de manera genialmente creadora.
La presentación parisina mostraba el Edipo Rey precedido y seguido por Edipo en Colona, mitad antes, mitad después. La intención era generar una controversia sobre la culpa. Esa intención quedó desbordada y ahogada por el colosal impacto de la obra de Sófocles y por la maestría de los actores.
El centro de esta presentación, la mitad misma, es una escena que no aparece en Sófocles. El hijo, después del asesinato del padre, dialoga amorosamente con la madre, besos, ternura. Declaraciones de afecto. Los demás actores se sientan de espaldas a ellos para no ver, para no oír, para no conocer el idílico encuentro, la felicidad prohibida aceptada con inocencia y plena lucidez por el hijo y la madre.
En Sófocles, cuando la madre sabe lo que ha pasado dice “¿qué hombre no ha deseado alguna vez acostarse con la madre?” La escena central en la presentación parisina es sin duda soñada, solo en la inmoralidad de los sueños permiten los dioses al hombre la dicha. Edipo se sacó los ojos con el mismo broche que se abría para que cayera el vestido de la madre cuando él la deseaba.
Un alumno mío en Mérida, cuando llegamos a este punto me dijo: “Profesor ¿por qué tenía Edipo que sacarse los ojos? Más bien que renunciara al trono y se fuera con la madre a otro país donde la maldición de su pueblo no lo alcanzara”.
Parece que no es bueno averiguar mucho. El que añade ciencia añade dolor. La vida es luz y sombra, cada una con derecho de intimidad. Al día lo que es del día y a la noche lo que es de la noche. No interrogues a los sueños.
A un gran dramaturgo español un periodista le preguntó: “¿Cómo llegó Ud., don Jacinto, a volverse homosexual en un país tan machista como el nuestro?” La respuesta: “Así como usted”. El periodista: “¿Cómo como yo?” Don Jacinto: “Así, preguntandito, preguntandito”. [...]
Con mi hija Cristina y mi nieto Pablo fui a ver una pieza de teatro representada por niños, en la _Cartoucherie de Vincennes_ . Los niños de una escuela se ponen a escenificar por su cuenta los cuentos tradicionales. Pero introducen cambios demostrativos de los problemas que se viven en sus respectivas familias.
Después de la representación, los niños se van a jugar y los adultos se quedan para discutir la pieza con psiquiatras y sociólogos. Me fui con los niños. Hablé con uno. No jugué aunque me hubiera gustado introducir yo también cambios en los cuentos.
Conocía a la autora de la obra, Liz Martin, una amiga de Cristina. Años antes había conocido a su esposo, brillante cineasta. Volvimos a hablar de los problemas de los actores.
Días antes, con Ilsen y Jacques, había visto en la Comedie Française, la última obra de Molière, “El enfermo imaginario”. Molière, ya enfermo de los pulmones, había escrito la obra y la había ensayado con su _troupe_ para presentarla en la corte del Rey Sol, Louis XIV, durante el carnaval de 1673. Pero el Rey no lo llamó, prefirió oír la música de Lully. Molière presentó la obra en la ciudad con gran éxito inmediato. La enfermedad, las medicinas, los médicos son temas de esa divertida comedia, pero cada acto se termina con una evocación a la muerte. Es como si el autor jugara con su propio sufrimiento y su agonía. Hizo el papel de Argón; durante la cuarta representación, cuando pronunciaba el tercer juramento en la ceremonia de los médicos, convulsionó; pero disimuló con una mueca cómica. Al bajar el telón tosió y escupió sangre. Lo llevaron a su casa y murió. Lo enterraron sin ritos funerarios; la religión no los concedía a comediantes. Había vivido apenas 51 años. Cinco años después, en 1678, el Rey Sol reunió los restos de la _troupe_
de Molière y de otros grupos y formó la _Comedie Française._ Ese mismo año y desde entonces hasta hoy, la _Comedie Française_ presenta _Le malade imaginaire_ con diferentes interpretaciones. Argón moribundo, Argón saludable, Argón bromista.
Volvimos a hablar de actores y de teatro. Siempre vuelvo a ese tema. Siendo el teatro una actividad fundamental de la humanidad, la que mejor ayuda a lograr el conocimiento de sí mismo, la que purga las emociones a través de la compasión y el miedo, la que pone tu corazón al desnudo en público, mientras tú te quedas quietecito en tu silla, siendo el teatro la autoconsciencia de la humanidad ¿por qué tiene tan mezquino apoyo oficial?
Pienso en el padre Dimitri Proaño que actuaba con su _troupe_ en aldeas de Ecuador y tenía que huir a veces escalando muros, él, hombre gordo, para escapar de las piedras de una turba azuzada por curas. Pienso en los actores de Mérida, siempre luchando a brazo partido por sobrevivir. Y ahora en París es lo mismo: excepto los que consiguen puesto en los teatros subvencionados o en cine y televisión, los demás escribiendo cartas, haciendo antesalas y las relaciones siempre sucias con el poder político. Y eso en el país del mundo que más invierte en cultura. Pienso en mi hermano Antonio. Cuando pequeño nos remedaba a todos. Con una mesa vieja y una sábana improvisó un escenario para hacer representación de pequeñas obras inventadas por él. Hasta su muerte hizo teatro; cuando hizo otra cosa fue para no morirse de hambre y poder seguir haciendo teatro.
Gente de teatro. Tribu pertinaz. Nada logra extirparla. Tiene raíces en el trágico corazón de lo humano. Tendría el hombre que dejar de ser hombre para acabar con el teatro y eso no lo puede lograr aunque lo intenta asiduamente.
"Los recuerdos, los sueños y la razón", Ediciones Puerta del Sol, Mérida, 2004.