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EL AMOR EN EL DEVENIR

El sentido del amor está repleto de mitos. No entiendas la palabra “mito” con la denotación moderna que adquirió en la decadencia acelerada de Occidente bajo el matiz de algo que es mentira. Voy a describir para ti lo que quiero decir: La humanidad tiene como esencia absoluta la posibilidad de plantearse interrogantes sobre sí misma que escapan de su comprensión, pero somos insistentes y queremos comprender; de allí el anhelo. Al comienzo de nuestros tiempos, ése que podemos apenas vislumbrar a través de la historia, los hombres emprendieron caminos que los condujeron hacia la anhelada comprensión. La vía primigenia para estos caminos era el mito: formas sin origen preciso apuntando simbólicamente hacia destellos del Origen en sí. Así que todo misterio estaba velado en eslabones míticos de distintos niveles. Afrodita es la forma mítica, la diosa del más grande misterio de creación: el amor. Por eso los primeros tránsitos del hombre hacía sí mismo no estaban unidos a la descripción sino a la invocación, fervorosa y ardiente, de la belleza y magnificencia que la hacen ser la guarda templo de los inefables secretos de la esencia última del amor. Dice el Maestro que en el encuentro y fusión real de centros de tiniebla ella se devela, cualificándonos para el acceso hacia aquello que trasciende nuestro espacio, nuestro tiempo, nuestro lenguaje; para ponernos de frente con la otredad suprema: la posibilidad de no Ser, la posibilidad ulterior que nace por el hecho de que haya algo, en vez de nada… ¡Incertidumbre mayor, terror absoluto! Fue entonces cuando finalmente comprendí a Shakespeare y su frase inmortal, tantas veces mencionada por el Maestro en todo contexto y circunstancia: “To be or not to be. That is the question.” Esa es, sin duda, la pregunta; y el amor nos impulsa hacia ella en niveles más o menos profundos, más o menos conscientes. ¿Se develará la diosa, algún día, ante mí? Ella… que no escucha mis plegarias.

De allí que el amor sea mito: él es el dáimon, el dáctilo y espondeo, las vocales largas y cortas inter-penetrándose en un solo ritmo cíclico para darnos entrada al trance directo al Hades. ¿Estará allí Tiresias para recibirme? Traigo mi propia sangre. Sin embargo, no me escuches a mí, que me debato en los conflictos superfluos del amor, ¡Pregúntale a Diotima! Luego, la decadencia occidental ha traído consigo la decadencia del amor. Llegó la razón teórica y expulsó al mito con una fuerza contradictoriamente irracional y la palabra comenzó a llenarse de conceptos alejados de su origen; Posterior a eso, de prácticas y creencias que marcaron, digamos, un paso del amor mítico al amor lógico. Se acabó el terror primordial acrecentándose los universos de lo ilusorio; acercándose la miseria, aletargándonos con manifestaciones vacuas de lo que creemos que es amar. ¡Qué ciegos somos, Afrodita, por no querer verte; por racionalizarte y teorizarte al punto de separar tu imagen de la esencia misteriosa que te hacer ser la diosa más excelsa de entre las diosas todas!, ¡Escúchame que te invoco. A mí, que quiero volver al mito y sobrepasar su constructo verbal para llegar a su alma musical y desde allí dar un salto hacia el espíritu de la vida y de la muerte, del Ser y del No-Ser!, ¡Escúchame a mí, que te llamo desde el profundo recuerdo de su nombre, aquél que me incitó, desde vivencias y recuerdos, a buscarte otra vez y a implorarte por una leve reminiscencia de otredades últimas y sus respectivas tinieblas! ¡Afrodita de mi guarda, dulce compañía, no me desampares… No me dejes sola, que me perdería! ¡Te invoco!

Alfons Mucha – Afrodita - 1898

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