COMPRADOR
-¡Llegó el vendedor de sueños!- gritó animadamente en el centro del pueblo. Bajó la mesa plegable trepada en el hombro, la desdobló después de haber descargado la vara y la mochila que estaba en la punta de ella. Sacó un pañuelo de un bolsillo, más bien un paño de blanco a amarillo. Lo puso sobre la mesa, todo con parsimonia ceremoniosa. Agarró la bolsa de la punta de la vara, la puso sobre la mesa. Dejo la ceremonia, cambio su mirada. – ¡llego el vendedor de sueños! ¡Acá se los traigo para los grandes y los pequeños! Las hadas dulces, los tiempos buenos, las alas, los conejos, las muchachas, los copleros, copas llenas, vinos viejos, cosas lejos desde cerca, amuletos, sueñeros, señoras y señores- y el pueblo muerto. Ahí estaba la plaza, la iglesia, la alcaldía, la policía y las viejas casas. Parecía que ya nadie lo habitaba. –Que pesar- pensó – tanto esfuerzo pa construir esto, hacer vida en él y abandonarlo luego.- anduvo por las desoladas calles, miró puertas adentro de varias viejas viviendas. Ante una debió detenerse. En su fachada dos ventanas viejas pequeñas lloraban musgo bajo ellas, sus hojas de madera ausentes y el orificio que debiera ser para la puerta entre ellas, le daba un aspecto de calavera. Un sepulcral frio manó desde dentro –ya la memoria perdieron- se dijo y volvió al centro del pueblo. Agarró los sueños, los dobló con ceremonia parsimoniosa; la mirada como fija, como atenta, como en nada. Los fue colocando poco a poco en una tela naranja, luego que estuvieron todos, la amarro de las cuatro puntas, la puso en la punta de la vara, plegó la mesa, se la trepó al hombro y siguió caminando. Pasando la plaza lo abrazó brusca brisa silbadora que fue viendo y siendo viento y, murmurando incomprensibles rufiflasifaos, de las casas y la plaza, la alcaldía, policía... fue las líneas desuniendo, soltando, y estas saltando cayeron corriendo sin pedazos, sin ser humo se fueron esfumando.
Las líneas que desunió el viento dando vueltas sin sentido se quedaron; las agarró el cuentero y armó iglesia, casa, plaza, patio, las enrolló en redondo y las metió en su saco. –quizá de este camino también las líneas las quite un viento solano, con esto tengo un lacito y seguro que de algo me agarro-.
Chema, alias Pancracio Gumersindo
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