JMBG Y EL LABERINTO
J. M. Briceño Guerrero y en el Laberinto de los Tres Minotauros
I
En el principio, Wanadi, el demiurgo Creador (o una las múltiples personas del Creador), tenía la intención de crear a la Humanidad para poblar la Tierra. En el origen fue creada una esfera de piedra, llena de gente todavía no nacida; desde dentro se oían sus voces que llamaban y cantaban. Esa esfera mítica se llamaba Fehánna o Huehanna. Marc de Civrieux cuenta el mito de los Yeʼkuana: “…Wanadi, que nunca sale de Kahuña, el Cielo, pensó: –Quiero saber qué sucede en la Tierra. Quiero que viva allí gente buena. Ahora mandó a Nadei umadi, un segundo Wanadi. Iba a enseñar a los hombres que la muerte no existe, que es engaño de Odosha [encarnación del mal]. Se sentó. Los codos en las rodillas. Su cabeza en las manos. Se sentó quieto, pensando, soñando. Así soñó a su madre Kumariawa. Él mismo la hizo. Cantando. Con el humo del tabaco la hizo. Con la canción de su maraca. El nuevo Wanadi tenía Huehanna. Lo trajo del cielo para hacer gente nueva. Era un gran huevo con concha dura como piedra. Allí estaba la gente de Wanadi no nacida. Nacerán –dijo–. Y morirán a causa de Odosha. Luego vivirán por mi poder.”
J. M. Briceño Guerrero (entre otros nombres posibles, también conocido por el parónimo Jonuel Brigue), observa tres niveles en este mito aborigen: el del Sol (Wanadi), el del hijo del Sol (Nadei umadi, el segundo Wanadi) y el terrestre. La creación de la humanidad es obra del hijo, quien no tiene inconveniente en pasar de la intención al acto, pero trae primero a la existencia una especie de protohumanidad encerrada en una esfera de piedra. Por gracia del hijo del Sol, la esfera solar se ve repetida analógicamente en la esfera de lo humano. Para Briceño Guerrero ningún símbolo tan adecuado como éste de la Fehánna para expresar el carácter unitario de la cultura: “Todo está encerrado simultáneamente en ella: grito, lenguaje, canto y danza. Nos recuerda inmediatamente las esferas habitadas de Jerónimo Bosch y, con fuerza arquetípica, evoca las fuerzas iniciales de la vida: semilla, óvulo, grano de polen.”
Fehánna o Huehanna, la esfera mítica de los orígenes, contiene en su interior a la humanidad no nacida, es creada por Nadei umadi, el hijo del Sol, durante el sueño cosmogónico. La esfera mítica es también anuncio de la resurrección que Nadei umadi trae al mundo que ha sido corrompido por Odosha. El mito yeʼkuana es una explicación estética y ética del origen y el sentido de la Humanidad y la vida después de la muerte. Explica también que en el comienzo estaba la palabra.
II
“Toda ficción es, en alguna medida, autobiográfica y toda autobiografía es, en gran medida ficticia”, declara Briceño Guerrero en Amor y Terror de las Palabras (1987). La joven y bella profesora defendió leoninamente su trabajo de ascenso en la escalera espiral del escalafón profesional. Como mariposas oscuras en torno a la llama se reúnen para adularla colegas masculinos en celo. Briceño Guerrero, quien había sido juez y parte en el rito académico, le regala un aguacate (Persea americana). J. M. Briceño Guerrero profana los ocasos y las noches tempranas de los viernes leyendo en voz alta a Dante y a Shakespeare. En un pequeño apartamento, acondicionado para cumplir las funciones de aula, Briceño Guerrero se atrinchera contra los murmullos de los pasillos universitarios. Briceño Guerrero es un profesor afrodisiaco como Bertrand Russell. Briceño Guerrero corrompe a la juventud como Sócrates. Briceño Guerrero es el sumo sacerdote de un culto pagano que sacrifica gatos negros en misas satánicas que aterran el corazón hipócrita de una ciudad con varias pieles y morales ajustadas al caso. Fino cabello blanco en la brisa de purpuras páramos ciclópeos. Larga barba blanca en las montañas de los Andes milenarios. Una mano infinitamente delgada para escribir a máquina y manuscribir, como en un slogan publicitario, ideas sin límites. Briceño Guerrero es una piedra de amolar espadas.
¿Dónde comienza el hombre de carne, hueso y tiempo? ¿Dónde terminan las sombras divertidas y arteras de la leyenda urbana? Briceño Guerrero nació en Palmarito, en los llanos de Apure, un 6 de marzo de 1929. En Barinas estudió las primeras letras. En las tierras secas de Barquisimeto despunta su adolescencia. Se gradúa en 1951 como Profesor en el Instituto Pedagógico Nacional en Caracas. Peregrina eruditamente de una casa que vence las sombras a otra: Universidad de Norhtwestern, Estados Unidos; La Sorbona, Francia; Universidad de Viena, Austria; Universidad Nacional Autónoma de México; Universidad Lomonosov, Rusia; Universidad de Granada, España; Universidad de Pekín, China. Desde 1961 es Profesor de Idiomas y Filosofía en la Universidad de Los Andes, Mérida, Venezuela. En 1981 su obra fue reconocida con el Premio Nacional de Ensayo y con el Premio Nacional de Literatura en 1996. En El Pequeño Arquitecto del Universo (1990), declaró: “No puede un hombre hacer nada importante –auténtico– si está inhibido por consideraciones y respetos. El temor de herir, el deseo de agradar.” Un laberinto de reflejos en las paredes y sombras en los espejos. En un laberinto cercano, en la galería de los ancestros, se escuchan los gritos de tres minotauros.
III
En El Laberinto de los Tres Minotauros (1994) convergen tres obras quintaesénciales en las que Briceño Guerrero aborda los discursos que han dominado la historia y el pensamiento latinoamericano. En la Identificación Americana con la Europa Segunda (1977), El Discurso Salvaje (1980) y Europa y América en el Pensar Mantuano (1981), Briceño Guerrero vivisecciona los tres discursos siempre presentes, diversos y antagónicos en la producción intelectual, la acción política, los programas institucionales y las actitudes emocionales en Latinoamérica: El discurso europeo segundo, importado desde fines del s. XIX, que resume las ideas del racionalismo, la ilustración y la utopía social. El discurso mantuano, cristiano e hispánico, que gobierna la conducta individual, las relaciones familiares y las nociones de felicidad, honor y dignidad. El discurso salvaje que se manifiesta en nuestras más íntimas emociones y socaba a los otros dos con el sentido del humor, la embriaguez y un secreto y absoluto rechazo por todo.
“Al observarnos a nosotros mismos para reconocernos y saber quiénes somos, salta a la vista que somos europeos”, afirma Briceño Guerreo para nuestro tropical pasmo y asombro mestizo. Argumenta que lengua y vestido, religión y arquitectura, arte y política, escuela y cementerio son argumentos inequívocos de nuestra pertenencia al ámbito cultural europeo. Si Briceño Guerrero tuviese que definir a Europa en tres palabras, diría Razón contra Tradición.
La aguda observación la historia de las ideas, del devenir político y el examen de la creatividad artística, muestra que tres grandes discursos de fondo dominan el pensamiento y la acción latinoamericanos. El discurso europeo segundo está expresado en las concepciones científicas del hombre, en los programas de acción política de los partidos, en las doctrinas de movimientos civiles o militares o paramilitares, y en el articulado de las constituciones. “Sus palabras claves en el pasado fueron modernidad y progreso. Su palabra clave en nuestro tiempo es desarrollo.” En 1984, con motivo de conmemorar los 120 años de la promulgación de la Constitución Nacional de 1864, Julio Díez pronunció un discurso en sección conjunta de las Academias de Ciencias Políticas y Sociales y Nacional de la Historia, donde sintetizó: “La evolución constitucional de Venezuela ha sido accidentada. Desde la Independencia hasta hoy, se han sancionado 24 Constituciones. Este simple hecho es indicativo de un proceso poco normal en nuestra conformación de pueblo, signado por frecuentes turbulencias y la hegemónica presencia de hombres fuertes que, en más de una ocasión, se adueñaron por las armas del país, amoldándolo a sus propias conveniencias.” Suele decirse que la Historia no se repite, pero las líneas maestras de las Historia determinan el retorno de antiguas y tenaces ideas en el futuro inmediato.
El discurso mantuano o cristiano-hispánico afirma, en lo espiritual, la trascendencia del hombre, su parcial pertenencia a un mundo de valores metacósmicos, su comunicación con lo divino a través de la Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana. En lo material está ligado a un sistema social de nobleza heredada, jerarquía y privilegio, que en la vía de ascenso socioeconómico sólo dejó la remota y ardua senda del blanqueamiento racial y la educación, doble vía simultánea de lentitud exasperante, sembrada de obstáculos legales y prejuicios escalonados: “Los esfuerzos científicos de las universidades se desvirtúan en intrigas mantuanas; las anacrónicas intrigas mantuanas no logran hacer contacto con lo real extraclásico más allá de lo necesario para sobrevivir…”
Albacea de la herida producida en las culturas ancestrales de América por la derrota a manos de los conquistadores y en las culturas africanas por el pasivo traslado a América en esclavitud, albacea también de los resentimientos de los pardos por la relegación de sus anhelos de superación, es el discurso salvaje. El discurso salvaje está alienado tanto del discurso mantuano como del discurso europeo segundo, éstos le son ajenos y extraños, estratificaciones de la opresión, representantes de una alteridad inadmisible en cuyo seno sobrevive en sumisión aparente, rebeldía ocasional, astucia permanente y obscura nostalgia. “No me gusta el ejercicio continuo del poder –dice el discurso salvaje–. Me basta tomarlo por asalto, de repente, paralizar ciertas acciones, introducir perturbaciones, encandilar con revelaciones fulminantes, para luego retirarme a mis estancias de acecho, donde gozo del existir visceral, digiero mis venenos y lamo mis heridas.” El discurso salvaje no sólo habita en los indios y en los negros y en los pardos de toda graduación, aquellos que según el apotegma de Manuel Murillo Toro, tantas veces citado por Laureano Vallenilla Lanz: “En América todos somos café con leche; unos, un poco más café; otros, un poco más de leche.” El discurso salvaje también tiene residencia en los europeos segundos y primeros de América, muy especialmente en los que “me odian y persiguen en los otros porque no pueden expulsarme de su propio corazón.”
Briceño Guerrero hunde profundamente el escalpelo en el ser maravilloso y agónico, cuando sentencia: “Estos tres discursos de fondo están presentes en todo americano aunque con diferente intensidad según los estratos sociales, los lugares, los niveles de psiquismo, las edades y los momentos del día.”
IV
Desde ¿Qué es la Filosofía? (1962) hasta Para ti, me Cuento a China (2009), que son los extremos editoriales de mi inconclusa colección de sus obras, pasando por esa cumbre de autoconciencia temprana que es El Origen del Lenguaje(1970), Briceño Guerrero se sabe esencialmente hecho de la sustancia misma de las palabras. Evidentemente respira, ama, observa, piensa, siente, encuentra, goza, se sorprende y lo sorprenden, pero para que esta variedad de experiencias vitales puedan ser, deben ser palabras: “Desde siempre la experiencia vivida en la palabra me pareció más real que el contacto directo con las cosas. No sentí al lenguaje como representante del mundo que los sentidos me entregaban, ni como camino hacia él, sino como ámbito de una realidad más fuerte y cercana a mí. No sólo lo que yo percibía, también todo lo que hacía y sentía mostraba signos dolorosos y grises de inferioridad y exilio en contraste con la plenitud verbal. Todos los seres eran para mí aspirantes obscuros a una dignidad que sólo la palabra podía darles y hasta su débil existencia provenía de sus nombres; una existencia prestada, pues el centro de gravedad y de prestigio se mantenía en los nombres.”
En los cuatro volúmenes del Diccionario de Filosofía (2004) de J. Ferrater Mora nos enteramos rápida y eficientemente que los sofistas trataron a menudo el problema del nombre, trataban de saber si el nombre es “por ley”, “por convención” o “por naturaleza”. Para Platón el nombre es un órgano, esto es, un órgano o instrumento destinado a pensar el ser de las cosas. Aristóteles llamó nombre a un sonido vocal que posee un significado convencional, y no se refiere al tiempo –como sucede con el verbo–, sin que ninguna de las partes del nombre tenga significado aparte del nombre. Durante la Edad Media, el nominalismo consistió en afirmar que un universal no es ninguna entidad real ni está tampoco en las entidades reales: es un sonido de la voz. Modernamente, Karl Pribram afirma que hay cuatro grandes concepciones del mundo, o mejor dicho, cuatro grandes “formas de pensamiento”: el universalismo (del tipo de los escolásticos medievales), la dialéctica (del tipo de los marxistas), la intuitivista (del tipo de los fascistas o, en general, de los irracionalistas) y la nominalista. Según Pribram, sólo esta última corresponde a un sociedad libre, pues no pretende alcanzar ninguna verdad absoluta y, por consiguiente, fomenta la tolerancia.
En La Mente de Nuestro Siglo (1982), José María Valverde acota que tendría que entrar bastante el siglo XX para que algunos autores pusieran en marcha la toma de consciencia lingüística. La manera humana de pensar –y de vivir humanamente– es hablando, hablándonos a nosotros mismos y a los demás. Así lo señalaron Saussure (1916) y Sapir (1921), quien declaró: “El lenguaje es ante todo una función pre-racional […] No es, como suele suponerse, la etiqueta definitiva puesta sobre el pensamiento acabado.” Y concluye a la manera de un ouroboros, el mítico dragón que muerde su cola en los bestiarios medievales y en los tratados de los alquimistas: “El instrumento hace posible el producto; el producto refina el instrumento.” Para Valverde se trata de un reconocimiento de nuestro propio ser, tan curiosamente dado en un diálogo interior, donde a la vez nos conocemos a nosotros mismos y nos enajenamos de nosotros mismos.
De Amor y Terror de las Palabras se ha dicho con precisión que es un libro inagotable, que ofrece diversos planos de conocimiento y de lectura. En El Origen del Lenguaje, el autor había explorado científicamente lo que ahora expone en una ficción narrativa de singular seducción literaria, síntesis armoniosa de pensar científico y mágico. La memoria es un jardín y un laberinto. Cierra lenta, suevamente los ojos; respira hondo y despacio; siente el oleaje denso de la sangre, desde los dedos de los pies hasta los remolinos del cabello; relájate en una cálida sensación uterina, oceánica, –te estoy hipnotizando–; recuerda el sonido al doblar las páginas; el olor seco de un amarillento y quebradizo día de ayer. En un pasaje tantas veces citado, Briceño Guerrero nos dice: “en palabras fuí engendrado y parido, y con palabras me amamantó mi madre. Nada me dió sin palabras. Cuándo yo comencé a preguntar qué es eso, no pedía la ubicación de una percepción en un concepto; pedía la palabra.” Transcribo no el libro, sino la portada del libro en su edición príncipe de 1987, con sus singulares caprichos heterográficos. En un ejercicio espiritual de autoconciencia, de contemplación lontana de sí mismo, como quien cae desde lo alto hacia dentro del lenguaje, como un contorsionista que mira su espalda, Briceño Guerrero declara en América Latina en el Mundo (1995): “Yo no estoy escribiendo porque tengo determinado cuerpo y determinada cultura, aunque sin ellos no podría hacerlo, pues ni siquiera existiría; estoy aquí, porque he decidido que el recogerme a clarificar ciertos conceptos resulta más valioso que el sombrío deambular irresponsable por el laberinto sonambúlico del tiempo.” En Esa Llanura Temblorosa (1998), Jonuel Bigue nos confiesa: “…mis únicos tesoros son el alma y la palabra; pero el alma es salvaje y la palabra no se deja domar.”
V
Entre las maravillas culturales de temporada que albergaba la Universidad de Los Andes, estaba la Feria Internacional del Libro Universitario; para siglar: FILU. La FILU era un jardín, un laberinto y un suplicio: libros, libros, libros, como en el tormento de Tántalo. Flexible artillería del pensamiento, allí estaban las revistas: BCV-Cultural –joya impresa al alcance de los bolsillos estudiantiles y torre inasible para mis ansias de escritor–; la versátil Imagen, consagradas sus portadas con los rostros consagrados de las letras venezolanas; del entonces CDCHT (al cual hay que añadir hogaño una A, por Arte), figuraban la pujante Investigación y viejos ejemplares de Trasiego palidecían graciosamente, los tenaces volúmenes del Boletín Antropológico se levantaban junto a las robustas columnas de HUMANIC. Una pléyade de publicaciones universitarias para lectores universitarios. Universo materno, autosuficiente y circular.
Cuando Briceño Guerrero volvió de enseñar Filosofía en China, donde le llamaban Pai Lique: piedra para amolar espadas, trajo un libro al que inicialmente pensó titular Peitá, Puerta de la Madre Misteriosa, en homenaje a la Universidad de Pekín, pero desistió del título por considerarlo “un tanto culterano” y optó por llamarlo más amistosamente Para ti, me Cuento a China, pensando en “amigos que lo leerían con gusto” y en “personas que al leerlo pudieran convertirse en sus amigos.” Briceño Guerrero llevó el libro al CDCHT –entonces sin la A– para publicarlo. En ese momento, la dirección pasaba de las manos de Gregory Zambrano a las zarpas de un sujeto cuyo nombre merece el más completo de los olvidos, pero cuya efigie ha quedado pintada de cuerpo entero en la primera parte del epigrama que Romerogarcía publicó en la edición del año nuevo de 1896 de El Cojo Ilustrado: “Venezuela es el país de las nulidades engreídas y las reputaciones consagradas.” Y he aquí que ese sujeto demostraba su soberbia a la par que su ignorancia haciendo guardar antesala a Briceño Guerrero como si fuese un Camilo Morón cualquiera. Lo sé porque también esperaba por la publicación de un libro. Gregory firmó la autorización de mi libro, pero el de Briceño Guerrero quedó a discreción de anónimo de turno. Argumentó que el libro debía ser evaluado por dos lectores independientes, mutuamente ciegos entre sí: según su torpeza, una exigencia académica. De ser aprobado, el libro debía ponerse religiosamente en la secuencia editorial en la que le precedían un número indeterminado de libros. Briceño Guerrero escuchó, nada replicó, y llevó su libro a otro editor más inteligente.
En la FILU de 2007, había gran expectativa; se rumoraba en los pasillos, en los stands, en el cafetín y en los bares cercanos, de una nueva publicación de Briceño Guerreo. Conforme pasaban las horas, la gente se acercaba al lugar donde sabían se vendería el libro. Al final de la tarde llegó el libro y como era de esperar yo no pude comprarlo. La edición entera se agotó en unas horas. Citando el saber del pueblo: aquel día quedé como burro en orilla de barranco. El libro tuvo una pronta edición ese mismo año y se volvió a editar en 2008 y 2009, agotándose conforme salía de la imprenta. Años después, mientras daba clases en una Universidad a orillas del mar Caribe, llegó a mi casa, envuelto en papel marrón, un ejemplar de Para ti, me Cuento a China, escrito por Jonuel Bigue y bellamente autografiado en Mérida por J. M. Briceño Guerrero. Ansioso abro el libro guiado por el azar y leo: “Por insistencia de mi profesor chino de chino, quien por cierto, se llama Fernando como nombre español, acepté el nuevo bautismo. Después de un trabajo cuidadoso me llamaron Pai Lique, nombre que, entre otras cosas peregrinas, significa ‘piedra de amolar espadas’. Espero comprenderlo algún día.”
En todas las latitudes, los pueblos ancestrales han fraguado un vínculo irrompible entre el nombre y la persona que nombra. Entre los Mandinkas el padre debía dedicarse seriamente a la elección del nombre para su hijo. Este tenía que ser un nombre cargado de historia y de promesas. Según los Mandinkas un niño llegaría a tener siete de las características de la persona o cosa cuyo nombre recibía. Pai Lique es la piedra para amolar la espada de la inteligencia.
Camilo Morón
Universidad Nacional Experimental Francisco de Miranda
Centro de Investigaciones Antropológicas, Arqueológicas y Paleontológicas
(CIAAP)
Aula Laboratorio de Conservación y Restauración de Bienes Arqueológicos y Paleontológicos
(ALab-CRBAP)
25 de enero de 2015.
FOTO de DANIEL MORDINSKY, Paris, 1998
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