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LLÁMAME SIN NOMBRARME



“Los conjuros son súbitas filtraciones del verdadero Recuerdo.” Me habías prohibido enunciar tu Nombre en voz alta: “Llámame como quieras pero no me nombres”. El hondo silencio resultante era más insoportable que esa pronunciación, así que me sentaba a razonarte. Me decía que si hay plantas que mejoran su crecimiento si se les hace oír cierta música, si hay palabras que nos cimbran el estómago, ¿por qué no una determinada mezcla de sonidos iba a repercutir de una forma específica en la compleja trama del mundo?

Entonces llegó otra veda aún más enigmática: una vez dentro de nuestra casa yo no debía hacer la menor reunión de objetos sin consultarte primero. Reparar una silla o levantar la mesa se convirtieron en oscuras ceremonias. Redoblé las explicaciones: ¿por qué no podría resultar tan reactivo un conjunto cualquiera (martillo, clavos, pinzas; copas y platos sucios, botellas vacías) como otros menos invisibilizados (bala, pistola; fuego, dinamita)? ¿Será menos eficiente una de tus redacciones (ojos de iguana, dientes de lobo, telarañas caldeadas por la luna) que otras no tan eludidas por los registros (monóxido de selenio, arseniuro de potasio, monosulfito de carbono)?

Reías sin fin ante mis conclusiones: si el ámbito atómico, si la desconocida intimidad de las cosas se basa en alternancias y flujos de partículas (no menos invisibles que duendes o quimeras), ¿por qué actuar como siempre y acoger sólo las mezclas de elementos oficialmente reconocidos? Si un químico aprende a reunir porciones exactas para lograr una panacea, esto es digno de todo elogio en los catálogos, pero si una bruja menea su caldero... brincan las comisuras de los labios y la imagen se envía automáticamente al remoto fichero de los desquiciamientos.


DANIEL GONZÁLEZ DUEÑAS

(Rosa Blanda, Ediciones Sin Nombre, Col. Los Libros de la Oruga, México, 2009.)











Mujer entre garza y tigre alado

Dibujo de Daniel González Dueñas, 2009

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