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SOBRE LA UTOPIA DEL LOGO

La Utopía del Logos La filosofía Moderna a Contracorriente (2021) es una de las últimas publicaciones del escritor venezolano Gabriel Jiménez Emán. La edición está a cargo de la Asociación Civil Maestro J.M. Briceño Guerrero en versión digital y cuenta con un sobrio y apreciable diseño. El libro contempla una serie de reflexiones en torno a filósofos, filósofas y personajes históricos próximos a la filosofía, y digo próximos porque, a juicio de Gabriel, la filosofía no refuerza la creencia en un sistema de ideas a punto de establecer un corpus sistemático, sino invoca una deriva para tensionarse en lo inconcluso, en la adhesión a formas de pensar más cercanas a la intuición, a la suspensión del juicio, a la afirmación de la negación, a la vida. Estas formas del pensar necesitan para su cabal expresión no un sistema de ideas fielmente estructurado, sino del ensayo y del fragmento, del epigrama y de la sentencia, de la ironía y de la paradoja, del aforismo y de la poesía, del humor y de la literatura. Lenguajes que deslizan una cierta experiencia del pensamiento, jamás justificado en ideas absolutas y jamás confesado en verdades, más bien se hace por mediación de la distancia crítica, la sospecha y la sensibilidad, volviendo sobre aquellas en inagotable interrogación. En esto de sistemas filosóficos tampoco es conclusivo el hecho de pensar sin esquemas previos o construcciones sin fundamento. Lo importante consiste, si pienso en Nietzsche, en evidenciar precisamente la falta de evidencia de ese fundamento que se tiene como la vocación última de la filosofía occidental. Y sin embargo, puedo ver en el propio Nietzsche, un pensamiento que no retiene ninguna determinación de grandes bloques de ideas, aunque algunos críticos lo clasifican como el “último metafísico”, y a la vez me hace pensar que si no se interpreta sistemáticamente la aparente dispersión textual de su pensamiento, no se puede comprender el sentido de su potente trasvalorización de todo edificio conceptual que desemboca en la crítica a la modernidad. Por ejemplo, seguir acuciosamente el tema de la moral a lo largo de sus intempestivas y en los distintos contextos epocales donde Nietzsche impugna la moral, nada queda del histrionismo de los justos sino el resarcimiento de un cristianismo decadente. Y aquí entro en la cuestión de los textos, que no es repetir y conservar, sino, como lo advierten Ricouer y Vattimo respecto a la escritura de Nietzsche y de las Sagradas Escrituras, remitir los textos a la interpretación y no la canonización del sentido. Yo sugiero que este es el sentido de las reflexiones de Gabriel Jiménez Emán a lo largo de sus meditaciones de los filósofos europeos, como solo discernimiento sin justificar ni tener deliberadamente adhesión a operaciones lógicas que permitan plantear a la filosofía como sentido estricto, en la propuesta de Husserl. Como un sistema de creencias, al estilo de Ortega y Gasset, que por cierto, Gabriel desliza una justificada crítica al filósofo español que comparto plenamente. Al menos bajo el fundamento se esconde otra creencia: la creencia en la misma creencia. Así, el discernimiento es el móvil mediante el cual Gabriel abre de nuevo la permanente interrogación sobre las grandes preguntas que los filósofos modernos plantean de acuerdo a sus puntos de vistas, contextos históricos y en dialogo con la tradición filosófica precedente. Por lo que entiendo, no se puede comprender plenamente a Marx sin pasar por el cedazo de la crítica a Hegel, y me atrevo a decir que quien valore el trabajo filosófico de Wilhelm Dilthey se sorprenda de que Ortega y Gasset no es tan original y vele su propio discurrir sobre el fundamento del pensador alemán. Todo el sistema filosófico de Ortega es Dilthey a la española, y el discurrir es platónico. Cuando Ortega indaga una pregunta, produce un rodeo alrededor de la pregunta que nunca termina por plantear del todo, sólo permanece verbalizando sus disquisiciones y retorna juego de aporías. En este sentido Ortega es un idealista. Yo prefiero las enseñanzas del filósofo Juan Mairena de Antonio Machado, y el pensamiento de Azorín, más cercano a la tierra, a los paisajes y al hombre del pueblo. Es una interrogación y una interpretación personalísima, la de Gabriel. El único valor exigente en su elección es su propia curiosidad y asombro acerca de la filosofía como enseña Aristóteles. De sus rodeos en torno a sabiendas que no hace falta fundar construcciones sistemáticas sino indagar y deconstruir toda creencia que sirve de fundamento a las grandes ideas y de cómo llegan los pensadores a formular la filosofía como una concepción del mundo y de la vida. Por ello Gabriel busca en sus filósofos preferidos pistas que conduzcan a una revaloración del pensamiento y que simultáneamente ofrezca su propia mirada vinculada con el tiempo presente. Digo es una reconducción que permite la actualización de los grandes temas filosóficos sin acabamientos ni conclusiones. Y no sólo el encuentro y recuento de filósofos en sentido estricto, como Spinoza, Nietzsche y Schopenhauer, sino escritores de literatura como Goethe, psicoanalistas como Freud, filósofas como María Zambrano y Simone de Beauvoir, críticos del lenguaje como Barthes, hombres del destierro como Simón Rodríguez y Miranda, y personajes históricos como Jesús de Nazaret, entre otros herejes de la vida y del pensamiento. Los filósofos están de tal modo comprendidos en el libro de Gabriel que reposan sobre la sabia reciprocidad del pensamiento y no dispuestos en el orden cronológico que la historia de la filosofía delimita de acuerdo al nacimiento del logos occidental, elegido en función del Ser y la Aletheia que, dependiendo de los filósofos, se imponen, inmediatos, nacidos de la diferencia. No es lo mismo el Ser en Parménides que en Heráclito, y la crítica de Nietzsche al filósofo eleata es pertinente si aquel niega el devenir, por lo que entendemos la adhesión del filósofo alemán al estilo y al pensamiento de Heráclito. Así entendida, la elección de Gabriel es ya una lectura del mundo que confiesa la preferencia a un modo de pensar la filosofía, de quien asimismo configura su propia interpretación de los filósofos y de los que estos tienen de aquella. Es su fondo común puesto que está en el interior de la tradición filosófica occidental. A pesar del orden aleatorio de los filósofos, de las filósofas y de las distintas modalidades del pensamiento, la autorreferencia y los esquemas interpretativos que Gabriel describe, sintetiza y arriesga un comentario por el cual bascula su visión de la filosofía, de la religión y de la historia, encuentro un orden interno y esencial que da cuenta, en primer lugar, de las afinidades, y en segundo lugar, de las diferencias. En tanto un filósofo continúa y exige más de su propio pensar en cuanto quien le precede constituye sólo el punto de arranque para una reflexión de mayor envergadura que la contiene y la supera. Gabriel pone en relación especular a sus filósofos y sugiere a la vez la imposibilidad de una conclusión generalizada sobre la definición de la filosofía. Hacia esta interpretación confluyen los empiristas y los problemas surgidos a partir de la noción de Estado Moderno. La filosofía política del siglo XVIII converge e influye en el pensamiento de Francisco de Miranda y de otros pensadores del periodo de la Independencia a lo largo del siglo XIX. Por aquellas ideas se encuentran los vínculos históricos entre los acontecimientos mundiales en los que las ideas de la Ilustración y el ejemplo de las recién independizadas naciones (Estados Unidos, Francia, Inglaterra) otorgan la confianza en la razón y en la libertad de los proyectos políticos de la América meridional. Esto es lo que está de fondo en la deriva de Gabriel Jiménez Emán en hacer una lectura personalísima de filósofos, filósofas y de pensadores de Nuestra América, al menos es lo que yo pienso. En su lectura convergen cuatro aspectos que subyacen en su mirada sin pretensión de esquematismos o coincidencias previas. En primer lugar, Gabriel propone una lectura antisistema de la filosofía occidental, en segundo lugar, su visión de la filosofía crítica desmantela el prontuario de la autoridad generacional, académica, institucional que está al servicio de la dominación, en este sentido es una crítica al Estado burgués, a la Iglesia, al poder, al capitalismo, al totalitarismo. En tercer lugar, es una filosofía de reintegración a la naturaleza y de respeto por toda forma de vida, y finalmente, es una filosofía para la liberación, es decir, comprende la experiencia plena del ser humano que comparte la vida con sus semejantes en un medio natural saludable donde el respeto por todo ser vivo y de comunión define un modo de realización comunitaria. Esta aspiración del hombre moderno en hallar una vida equilibrada ya tuvo lugar en las comunidades indígenas desde antes de la conquista hispánica y en las sociedades de la Europa antigua previa invasión de los (Kurgan o Kurganes) indoeuropeos. Los actuales descubrimientos arqueológicos y etnológicos describen que dichas comunidades formaron espontáneamente un modo de vida en colaboración con la tierra y no de explotación y sometimiento del otro. Claro, hubo sus excepciones en esta parte del mundo con las culturas guerreras de los indígenas centroamericanos. Definitivamente Gabriel encuentra en su lectura de la filosofía occidental las claves de interpretación contra toda forma de coloniaje, dominio y esclerosis en el campo del pensamiento, de las sociedades modernas, posmodernas y de la existencia del hombre en su paso por la tierra. Me parece, por tanto, sin ser definitivo en mi criterio, que Gabriel sugiere una práctica filosófica ácrata, asimismo convida una religiosidad pagana que festeja el cuerpo y la libertad de quien cultiva y comparte el amor sin importar condición social, país, grupo, sexualidad. Es una filosofía crítica de una verdad que llega del exterior de los sistemas, de las culturas y de las ideologías de la dominación, y que necesariamente el planteamiento consiste en romper con las verdades impuestas y las apariencias de un mundo de ficciones sociales, de economías neoliberales, de la trampa del consumo desenfrenado y de la libertad del mercado como la expresión evidente del único recurso que le queda al mundo para salvarse de la debacle que está en su fase crítica con la aparición del Covid-19, y sus mutaciones que nadie sabe cómo hacerle frente a este monstruo viral que destruye la vida de comunidades enteras. Este virus es el fenómeno histórico más universal que al hombre le toca enfrentar desde hace más de cinco mil años de existencia sobre la tierra. La misma economía produce muertes y desigualdades en tanto el progreso y el desarrollo de las naciones son viables si las sociedades consumen más de lo necesario y aceptan como natural la depredación de la naturaleza con fines estrictamente mercantiles y destructivos de los pueblos indígenas. Entonces la filosofía tal como la entiende Gabriel consiste en una decidida interpelación a la verdad que los filósofos establecen en sus grandes sistemas eidéticos y que la modernidad va ajustando a los programas económicos capitalistas, a la filosofía hedonista y del individualismo neoliberal que tienen en la posmodernidad su pasaporte al nihilismo. Digo que consiste, la interpelación filosófica, en una ruptura con las metafísicas y con los grandes principios que estructuran una visión única de la filosofía, la sociedad, la política y la vida. Para mí no tiene otro sentido juntar, como lo hace Gabriel, a Kierkegaard con Nietzsche y Schopenhauer. Y de otro lado, a Marx con Freud, y por supuesto un gran ausente en esta línea de reflexión, Herbert Marcuse. ¿Acaso no es esta la llamada “Escuela de la Sospecha” que Juan Nuño reivindica a pesar de ser un filósofo reaccionario? ¿Acaso el debate entre Juan Nuño y Ludovico Silva acerca del marxismo y de otros temas filosóficos, culturales y políticos no sintetiza dos modos de entender la filosofía? No sólo la lectura de Gabriel consiste en glosar las ideas de los filósofos europeos y las distintas modalidades del pensar en el interior de la tradición filosófica occidental. Yo pienso que al revisitar los pensadores latinoamericanos, Gabriel prosigue sus comentarios en otro orden de ideas, pues estos pensadores y hombres de acción responden a contextos diversos y a circunstancias totalmente opuestas a las de los pensadores del viejo continente. Los viajes, el conocimiento de las realidades de otros pueblos, las ideas, las instituciones, las constituciones, las leyes y los libros inauguran una nueva forma de pensar y hacer política con la certidumbre de encontrar experiencias libertarias comunes. El único fenómeno que cobija a Europa y a América en determinadas coordenadas bajo una cierta conjunción de factores políticos, históricos, sociales, económicos y culturales, es la Modernidad. En efecto, Gabriel, diferencia el concepto de modernidad, moderno, modernización y posmodernidad. Estas construcciones teóricas nunca están por sí tan próximas que no se deslice insensiblemente sus retardos y vértigos en la relación histórica de Europa y Nuestra América. En este sentido el pensamiento de Simón Rodríguez, Miranda, Bolívar, Briceño Guerrero, Ludovico Silva, Mariátegui, Echeverría, José Enrique Rodó, Dussel, Zea, Bondy, y el protagonismo de los exiliados españoles en la recepción de la filosofía europea a estas tierras, el caso de José Gaos, configura una filosofía que aspira a preguntarse por problemas concretos que requieren un pensar propio sin descuidar el dialogo y la tradición y los fundamentos críticos de los pensadores europeos. En este último sentido, pienso en la importancia del pensamiento de Dussel en la construcción de una arquitectónica que se inscribe en la transmodernidad. Esta filosofía propia ya está de sobrada impronta en los pensadores de la Independencia con sus variados matices. Alberdi y la tradición de los continuadores de los pensadores de la independencia. El pensar de Miranda es distinto al de Bolívar en sus coordenadas históricas y existenciales, y el rol jugado por Andrés Bello y Juan Germán Roscio en las vicisitudes del Generalísimo deja un sabor amargo en la historia de Venezuela. Más tarde y en otras circunstancias históricas Bolívar completa y realiza el proyecto de Miranda que aún está abierto en este siglo XXI. Y Gabriel, ante la necesidad de buscar un pensamiento propio para una América que toma conciencia de sus tres siglos de Colonia y de sus proyectos inconclusos de Independencia, sugiere la búsqueda histórica que conduce a la urgencia de construir una filosofía al margen del poder hegemónico del imperialismo, de la ideología neoliberal, del multiculturalismo y de las ciencias que están al servicio de la carrera armamentística que hoy pone en peligro la paz entre las naciones. ¿Una filosofía sin más, como lo propone Leopoldo Zea? Qué distinto es el planteamiento de Gabriel cuando aborda el pensamiento latinoamericano, y no puede ser de otro modo. Qué distinto su acercamiento, su deriva, su “método”, su crítica a lo propio y a lo ajeno. No hay metafísicas ni una moral misionera en el sentido de que tanto son solicitadas por filósofos, autoridades eclesiásticas, teólogos europeos y norteamericanos y por los gobiernos neocoloniales de este continente. Aquí en Nuestra América el planteamiento de los filósofos consiste en la formulación ética de liberación colectiva, el proyecto de emancipación en tanto configura una nueva realidad histórica al margen de los esquemas de dominación europea y de esos constructos teóricos e ideológicos que tienen al Estado como el arquitecto de un universo de poderes fácticos, y a los intelectuales neocolonizados, como la expresión moderada de las teorías del fin de la historia y otros empeñados en hacer del consenso una política de la reconciliación. En el sentido afirmativo el proyecto de Miranda es el ejemplo más significativo de este tránsito histórico de una identificación referida al pensamiento de la Ilustración a algo que aún no tiene nombre pero sí objetivo definido: la Independencia de las naciones de la América meridional. Y que finalmente Miranda define como el “Continente Colombiano” o la “Gran Colombia” o “Colombeia”. En principio el proyecto mirandino es dominado por su voluntad inquebrantable, sin embargo, la convicción de alentar un proyecto colectivo anima a Miranda a romper el esquema individual para legitimar la alteridad, y esta radica en la diferencia de la conciencia americana respecto a la conciencia europea. Más cercano a nuestro tiempo histórico y con una vigencia insospechada, Gabriel glosa los planteamientos de Mariátegui, Briceño Guerrero y Ludovico Silva. Estos pensadores expresan la voluntad de hallar en el pensamiento americano las claves para una interpretación mutua de estos dos continentes que permanecen en las antípodas, en tensión creadora, en odios y resentimientos, en asimilación y creación, en síntesis y transfiguración. Sin embargo, el esfuerzo por sostener un diálogo abierto y franco, crítico y de reconocimiento de la alteridad no autoriza que la recepción de aquellos paradigmas imponga la “colonialidad del saber”, por emplear una frase de hechura eurocéntrica. El marxismo de Mariátegui es un marxismo de la tierra readaptado a la condiciones de los indios peruanos y por extensión a los que más sufren las condiciones de miseria y explotación del capitalismo salvaje. El Discurso Salvaje del maestro Briceño Guerrero es un canto de rebeldía y de queja ancestral. Y la sensibilidad de Ludovico concibe un poema clásico, “La soledad de Orfeo”, en el momento en que los poetas imitan y continúan las poéticas de las vanguardias europeas. ¿Acaso el poema de Ludovico no es un canto a la vida y un no rotundo a la guerra entre las naciones y los pueblos y a la conquista de los pueblos por los poderosos? ¿No es el retorno del poeta Orfeo quien a través del amor, el canto y la música reconcilia al género humano? ¿Y la belleza y rebeldía del discurso salvaje no entraña el rostro del indígena que sueña al tigre, al pájaro y al río, y navega corriente arriba para no dejar huellas en el agua? ¿Y no es el indio peruano el protagonista de la lucha de clases y la recreación de las categorías marxistas? Y cuando Gabriel dice filosofía, hombre y naturaleza no sólo da la clave para repensar las cosmogonías indígenas, el modo de vida de los campesinos, el aporte de la sabiduría, del arte y de la música de los hombres y de las mujeres del campo, sino que aquí como allá, los filósofos critican la vida mecanicista y la destrucción del medio ambiente. La sensibilidad filosófica de Thoreau, Emerson y Whitmann es la expresión contraria al nihilismo, a la propiedad privada, a la vigilancia del sistema, al cobro de impuestos, y a toda forma de esclavitud del ser humano y de agresión a la naturaleza. Estos filósofos y sus profundas intuiciones y formas de vida son el antecedente de la contracultura de aquellos coloridos y festivos años 60. En esta experiencia del amor y de la libertad contraria a toda forma de poder y cultura patriarcal, bien puede encontrar en la vida de los pueblos indígenas contemporáneos una fructífera correspondencia que se da en la dimensión espiritual, musical y estética. En este sentido, para algunos filósofos de este continente, entre ellos el maestro J.M. Briceño Guerrero, la transformación de América Latina está en redescubrir las artes populares. Otros pensadores expresan que la democracia, y en lo sucesivo, el contrato social está en un cierto revisionismo del Estado moderno. Entre los sociólogos de estos tiempos, la vertiente ecológica y las formas comunitarias de vida del campo aportan un modelo de convivencia al margen de la vida de explotación del capitalismo. Para Gabriel el retorno a la espiritualidad es signo de estos tiempos convulsos y siempre cambiantes en el orden económico. Un retorno que posibilite la expansión del espíritu y no el regreso fantasmático a estructuras psíquicas y simbólicas que no admiten tal operación cronológica. Porque es imposible que el pasado regrese al presente. Sólo yendo del presente al pasado puede el espíritu del hombre retornar con más sabiduría, y por tanto, puede comprender los errores y los equívocos de los semejantes y del pasado, y en consecuencia, tener alguna certeza de que no se repiten inexorablemente. La búsqueda de un nuevo sentido de la espiritualidad es fundamental para la preservación de la vida en el planeta. Una transformación mental de los individuos que en medio de este desastre causado por la prepotencia del hombre moderno y del deseo de conquista y sometimiento del otro parece acabar definitivamente con la especie humana. Recuerdo una expresión de la bióloga Lynn Margulis que da cuenta de esta situación: al hombre debe llamársele Homo insapiens insapiens; es decir, “hombre, sin sabiduría, sin sabor”. Es una inquietud de Gabriel la pregunta por el sentido de la espiritualidad en este mundo materialista de altas cilindradas de consumo, aburrimiento y banalidad. Qué paradoja, mientras más objetos invaden el mundo hay más vigilancia, consumo y el goce efímero circula en las sociedades donde justamente hace falta detenerse para pensar si vale la pena continuar en la creencia de la supremacía de la ciencia y la tecnología al servicio de las trasnacionales y del capital, y en la bondad del proyecto de conquista de la naturaleza. Esta tendencia quiere engullirse ahora el resto del mundo, de allí que los pueblos deben prestarle más atención a este desastre ecológico para tomar las necesarias medidas de autodefensa. Y para ir a contracorriente de este mundo roto y fragmentado, Gabriel propone un ideario y una praxis a través de la acción y del pensamiento. Sin ir muy lejos y sin dar un paso definitivo y con la vaga esperanza de que se logre comprender mejor el aporte de Gabriel, elijo la contrafigura histórica de Jesús para ilustrar el fenómeno de la espiritualidad desde los principios originarios del cristianismo y el aporte de las culturas indígenas. El ensayo “Interpretación moderna a Jesús” participa de un ideario auténticamente cristiano al margen de la autoridad de las iglesias, del poder de los comerciantes y del Estado Romano. Es un compromiso, el de Jesús, con los pobres y los desvalidos. Un implicarse en la vida y en el amor de los más necesitados. Pero junto a Jesús que irrumpe contra las fuerzas del orden y del poder, por aquí al Sur, la Pachamama, los indígenas, la magia, la superstición, lo sobrenatural, la luna, el pájaro, la oralidad, el Chamán, la flor, el tigre. Yo pienso que en este sentido la teología de la liberación puede dar cuenta de una visión más amplia e inclusiva que supere el concepto de “la opción de los pobres” y vaya resuelta al reconocimiento de los indígenas, los negros, los homosexuales, las lesbianas, las mujeres, los niños, los indígenas. Es como si de cada expresión sublime del hombre y de las comunidades diversas en este mundo que se destruye segundo a segundo, necesita comunicar su fuerza, compartir su mirada, sus sentimientos y pensamientos para sanar, perdonar y construir un mundo donde todos puedan quererse y respetarse. Y esto pasa por tolerar y buscar acuerdos (no consensos impositivos) siempre y cuando el respeto y la sinceridad vayan por delante, y la cooperación y la solidaridad sustituyan el odio, el resentimiento y la acumulación de capital. De lo que se trata es de un cambio civilizatorio en la propuesta del antropólogo y novelista Darcy Ribeiro. Y todo parece indicar que son los pueblos de Nuestra América quienes escriben su propia historia y están destinados a ser libres. Yo pienso que hay en la búsqueda secreta de Gabriel una religiosidad ecléctica con un gran sentido de tolerancia y de respeto por el otro y por el que es diferente. Y en el momento en que digo religiosidad ecléctica no inmiscuyo una religión cercana a los dogmas de las minorías eclesiásticas ni al pensar posmoderno. Los dogmas religiosos del poder de la Iglesia conducen a la esterilidad, a la tristeza y a la obediencia ciega a recompensas que nadie conoce aún con el mayor empeño de una fe practicada a toda prueba. El pensar posmoderno, casi como una religión de la nueva era donde todo se mezcla y se sublima en una confusión de preceptos para la conducción de la vida tribal, conduce a la desatención histórica y a promover un cierto nomadismo que si bien inquieta la linealidad de los procesos históricos, se queda en la periferia sin transformar nada de lo que en principio propone como ruta liberadora. Qué encuentro en la lectura de Gabriel: ¿Una utopía? ¿Un logos hereje? ¿Hay lugar para buscar otras formas de pensar y de nombrar las cosas pensándonos resueltamente nuestros americanos? ¿El desafío de la filosofía consiste en encontrar en el arte y en la ecología modos complementarios de hacer la historia y comprender el lugar que ocupa la especie humana en el orden de la naturaleza y de la cultura? ¿Hay lugar para una filosofía que asuma una práctica liberadora al margen de la academia? ¿Dios, los Dioses o el Diablo? ¿La naturaleza o los Centros Comerciales? ¿La cultura de la liberación o la cultura del reciclaje? ¿El ordenador o el abrazo? ¿El cibersexo o los cuerpos amados? ¿El aislamiento del cibernauta o la compañía en una tarde de marzo? ¿La propiedad privada o la tierra comunitaria? ¿La cárcel del sistema neoliberal o el cielo azul? ¿Un filósofo o una filósofa para el siglo XXI? ¿Las comunidades son las encargadas de hacer la historia en los espacios de convivencia al margen de las individualidades y al margen del Estado burgués? Estas preguntas son solo algunas de entre muchas que vienen a esta hora de la madrugada, en el justo momento cuando finalizo estas notas sobre el libro de Gabriel Jiménez Emán La Utopía del Logos La filosofía Moderna a Contracorriente. Y en el instante en el que el Búho que está detenido en el cableado eléctrico, alza su vuelo, este Domingo de Resurrección.
JULIO BORROMÉ

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